“Artesia nace del amor por el arte, lo hecho a mano y del profundo respeto por las comunidades indígenas en situación de vulnerabilidad en mi país. Soy una apasionada de la artesanía latinoamericana y estoy convencida de su valor y de lo que representa”, comparte Gina Vargas Roemmers, diseñadora colombiana y creadora del proyecto.
La casona antigua está ubicada en pleno corazón de Carrasco (Montevideo), sobre la calle Rostand. Artesia es mucho más que un local: es un espacio de curaduría que reúne objetos artesanales de diversas comunidades sudamericanas, poniendo en valor su legado transmitido de generación en generación. Además, suma una cafetería de especialidad, lo que lo convierte en un lugar único y lleno de identidad.
La visión estética y el compromiso social de su creadora se plasman en una propuesta que celebra lo auténtico, lo ancestral y lo irrepetible. Cada canasto y cada pieza de cerámica son más que meros objetos decorativos: son voces que narran siglos de herencia a través de las manos que las crean. Comunidades de Colombia, Perú, Bolivia, Argentina y Uruguay se expresan a través de ellas, llevando consigo historias, tradiciones y un legado que merece ser preservado.
El patio lateral se convirtió en una cafetería soñada: mesas bajas, un gran banco y un techo de vidrio que se abre y se cierra con toldo, dejando entrar la luz natural. El café que se sirve es un blend exclusivo, creado especialmente para Artesia y envasado en origen.
La casa, ubicada en pleno casco histórico de Carrasco, fue renovada bajo una premisa clara: respetar su esencia original. “Conservamos elementos distintivos como las balaustradas y las molduras de la construcción original”, nos dijo Joanne Cattarossi, responsable de la arquitectura y el diseño interior del proyecto que tomó un año y medio en total.
Para resaltar las artesanías, el local se vistió de color blanco. En este espacio, la pieza central es una lámpara, que representa una aldea africana vista desde el aire, tejida por las mujeres de la comunidad. “Es una obra que me emociona profundamente y que simboliza la esencia de Artesia”, nos cuenta la arquitecta.
En el centro, una isla de mesas redondas exhibe y organiza las piezas, mientras la imponente lámpara africana hecha con botellas recicladas y fibras naturales, domina la escena.
Tras años recorriendo comunidades indígenas para reunir piezas cargadas de historia y espiritualidad, su dueña las expone dando vida a cada rincón de la casona. “Escuchamos la visión de Gina para Artesia y, desde la decoración, buscamos reflejarla con piezas únicas hechas a mano por distintas comunidades, una paleta cálida, madera natural y curvas que abrazan, presentes también en los pórticos”.
“En el piso superior, diseñamos este espacio que funciona como una galería, casi como un museo, porque Artesia funciona también como centro cultural e invita a todo tipo de encuentros”. Las paredes se revistieron en blanco estucado para aportar textura, mientras que los pisos son los originales de pinotea de la casa.


