En la oscura Edad Media ocurrió un hecho horrible que se conoció con el nombre de “sínodo cadavérico”. Un papa resentido con el anterior (llamado Formoso y ya muerto) lo hizo desenterrar, aunque llevaba un buen tiempo sepultado, y lo hizo juzgar y condenar en un simulacro de juicio en el que los presentes no podían soportar el olor, pero se lo encontró culpable al cadáver y se le mutiló los dedos con los que daba la bendición, se lo destituyó y se arrojó su cadáver al río Tíber. Como era de esperarse, al poco tiempo el papa que hizo esta aberración fue destituido y el buen Formoso (o lo que quedó de él) volvió a descansar en paz.
Esta anécdota es tremenda, pero sirve como metáfora de estos tiempos en el que no pocos desentierran el pasado y avivan a los muertos para condenarlos y desacreditarlos. Adultos jóvenes que enojados con sus padres reclaman y quieren reescribir la historia, condenan decisiones fuera de contexto y se quedan enojados porque sus fracasos presentes son “culpa” de esas decisiones fallidas de sus mayores en el pasado, “Freud lo ha arruinado todo, como internet”, dice Charly García en su último disco. Es verdad, una versión berreta del psicoanálisis pone las culpas en el pasado y exime de responsabilidades para afrontar el duro presente.
Se hacen juicios cadavéricos sumarios, que nada resuelven porque lo único que logran es destilar resentimiento, pero desde ahí nada bueno se construye. Todo lo que suma surge del amor y de la paciencia, de enfrentar la realidad como es y sacar lo mejor que se puede, lo mejor que la realidad pueda dar.
Esto no es privativo de una clase social; hay cadavéricos en todas las clases sociales, ni tampoco es exclusivo de una edad, hay adultos y viejos cadavéricos. Es una enfermedad del alma. Ingratitud, se llama. No hay más que ver las redes y los medios. Una persona dice algo crítico, y si no es “de los nuestros”, comienza el escrutinio cadavérico para desenterrar muertos y tirarlo fuera del camino. Si la persona hizo cosas buenas ya no cuentan, sobre todo si ha profanado alguno de los mandamientos de lo “políticamente correcto”. Se lo cancela y se lo tapa.
Para el pasado juicios cadavéricos y para el futuro mascotas en lugar de hijos. Cada vez menos parejas se animan a la maternidad o paternidad y se llega a tratar a las mascotas con atributos de “hijos”. Los medios y redes sociales están llenos de esto…porque en la realidad se da. Resentidos con el pasado y estériles hacia el futuro, el horizonte no es muy alentador.
Sin embargo, este no es el panorama completo; hay muchos jóvenes y adultos que la pelean todos los días, muchos de ellos desde la desventaja y por eso no tienen tiempo de quedarse a juzgar su pasado porque reciben “la vida como viene” y tienen que luchar con su presente y se hacen cargo de sus errores y buscan darse una nueva oportunidad; como por ejemplo, tantos jóvenes que están rehabilitándose en los “Hogares de Cristo”, que se han equivocado feo, y han partido con serias desventajas en la vida, pero no se sientan a juzgar su pasado, ni le tienen miedo al futuro. Lo que buscan es aprender a creer un poco más en ellos mismos, para salir adelante; la gran mayoría tiene hijos o hijas por los cuales salir adelante. A ninguno le he escuchado decir que estén queriendo recuperarse por sus mascotas. Suelen querer volver a estar bien por sus hijos e hijas, y comienzan a sanar cuando dejan de comerse al caníbal del rencor.
Se suele criticar a los pobres porque tienen muchos hijos, se lo hace de manera despectiva. Desde otras clases sociales no pocas veces se los trata de ignorantes, y hasta se los denuesta por “traer hijos al mundo”. Y uno se pregunta, ¿son irresponsables o tienen esperanza? Pobres o ricos, traer hijos a este mundo es un acto de esperanza.
Como sea, esta obsesión por desenterrar y condenar el pasado no trae nada bueno, sino que genera adolescentes eternos, enojones, reclamadores de lo que creen que se les debe.
Los que la pelean día a día para salir adelante, tal vez no son santos ni ejemplos morales, pero son creyentes de la vida. Y eso es un montón. Porque como decía el poeta José Martí, “La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura, sino que reverdece mejor en la tierra de los humildes.”
Superior de los Jesuitas en San Miguel


