“Los hijos no son propiedad de los padres”, señaló la educadora española Isabel Celaá. Frase que trajo polémica en su país -era ministra de Educación cuando se “Los hijos no son propiedad de los padres”, señaló la educadora española Isabel Celaá. Frase que trajo polémica en su país -era ministra de Educación cuando se

Educación: el homeschooling en escala puede ser nocivo para la integración social

2025/12/25 11:05

“Los hijos no son propiedad de los padres”, señaló la educadora española Isabel Celaá. Frase que trajo polémica en su país -era ministra de Educación cuando se expresó-, pero también llamó a la reflexión general. Es que los padres son responsables de sus hijos, pero no dueños de sus vidas, no pueden enseñarles a pensar idénticamente a ellos porque pertenecen a otra generación y porque fueron educados con otras herramientas. Se trata de un debate muy interesante. De hecho, en los derechos internacionales de los niños está establecido que ellos “no pueden ser considerados como propiedad de sus padres, de su familia o de la Administración; no pueden ser discriminados ni por sexo, edad, condición, idioma, religión, etnia, características socioeconómicas de sus padres o familia, ni por cualquier otra consideración”. Claramente son lo más importante para la vida de los padres, pero hay situaciones que se deben contemplar a lo largo de su crecimiento.

Este problema de la “apropiación” de los padres a lo largo de la historia moderna fue resuelto por la escuela, en cualquiera de sus singularidades y corrientes educativas, pero con el formato de la educación presencial, el trabajo en equipo, el aprendizaje en el aula. Las nuevas tecnologías, la Inteligencia Artificial, los dispositivos móviles, la posibilidad de auto informarse sin un docente que administre y clasifique esa información, están desafiando el formato clásico de la escuela. Una corriente que fue apareciendo en el mundo en las últimas décadas, fue el homeschooling (educación en casa), una modalidad donde los padres educan a sus hijos en el hogar, tomando control del currículo, métodos y ritmo de aprendizaje, adaptándolo a las necesidades y pasiones del niño fuera del sistema escolar tradicional, ofreciendo personalización, pero implicando retos para la socialización y validación de títulos, siendo legal o regulado de forma diversa según el país.

En Estados Unidos se calcula que existen entre 3,5 y 5 millones de chicos que estudian en sus hogares, en España no superan los 8000 alumnos, ya que la Ley Orgánica establece la obligatoriedad de escolarización entre los 6 y 16 años, pero la Constitución reconoce la libertad de enseñanza, creando una “ilegalidad” o zona gris, a la que muchos se suman, pero no llega a ser popular. Ningún país tiene datos precisos porque uno de los problemas de la educación hogareña es la pérdida del contacto del estado con el trayecto educativo de los alumnos.

Si bien el homeschooling no es nuevo en la Argentina -algunas pocas familias lo utilizan, al no estar prohibido- no está considerada una opción válida para cumplir con la escolarización obligatoria. Se debe responder ante la escuela con exámenes para que el estudiante obtenga sus respectivas graduaciones, y lo hace en condición de “alumno libre”. En muchos casos se implementa por enfermedad, viajes, ausencias prolongadas por problemas familiares, etc., y se suele recurrir a docentes particulares. Con la propuesta del gobierno libertario la Argentina buscará legalizar el homeschooling como una modalidad válida, dando a los padres mayor autonomía para educar a sus hijos según sus convicciones, a cambio de evaluaciones periódicas para asegurar contenidos mínimos. Una propuesta que para muchos especialistas atenta contra la integración social de los chicos y los expone a una educación personalizada que depende mucho de las condiciones académicas de los adultos en la casa. Aún cuando éstos sean profesionales, carecen de herramientas pedagógicas. Y también dependerá de las condiciones económicas de cada familia si podrá hacer frente al pago de profesores particulares que concurran a domicilio.

Sin dudas los más afectados serán los colegios privados más costosos-si la orientación domiciliaria se instala como una moda perderán matrícula-, ya que las familias que pueden costear esas escuelas también podrán abonar profesores particulares, lo que seguramente se convertirá en una nueva “oferta educativa”, con colegios privados ofreciendo el servicio de educación domiciliaria con sus equipos de docentes y las respectivas evaluaciones. Esto podría considerarse como un nuevo privilegio –que se suma al de origen que tienen esas familias- que alejaría a esos chicos de la integración colectiva entre pares, privándolos de un modelo que, con todos sus defectos, permite el aprendizaje y la sociabilización.

Educar a los niños de forma unidireccional en los temas que quieren y pueden transmitir sus padres también es peligroso, porque tener una única visión de las cosas puede llegar a generar problemas de distinta naturaleza. ¿Quién decide que la ideología de una familia es la buena? ¿La familia? Se abren muchos interrogantes, porque esa familia puede enseñar que el “holocausto no fue tan malo”, o que “las dictaduras tienen mala prensa” y que sus crímenes “están ideologizados”. O que la “tierra es plana” o “vacunarse es un error”, poniendo en duda los principios más empíricos de la ciencia. Puede sonar exagerado, pero si hay adultos que piensan así, ¿por qué no pensar que podrían transmitir eso a sus hijos bajo el paraguas de la educación formal? Eso la escuela no lo permitiría y si los alumnos reciben esa información en su hogar, la escuela es un lugar que seguramente lo hará dudar, debatir, intercambiar impresiones. Hará al niño más pensante, con todo el beneficio que conlleva. Porque los padres tienen el derecho de enseñar sus ideas y creencias a sus hijos, pero éstos tienen también el derecho de contraponerlas con otros criterios y enseñanzas para poder discernir y elegir mientras transitan el proceso de maduración. Además, en un hipotético examen para aprobar materias, si el alumno contesta algo distinto a lo señalado en la biblioteca académica utilizada de modo oficial, bajo el argumento de que “mis padres me enseñaron lo contrario”, pone en cuestión a toda la educación formal. Ya que, con la nueva norma, ambos, alumno y docente evaluador, tendrían razón.

Otro problema se puede dar en los hogares de bajos recursos, donde desde la pandemia comenzó a incrementarse el ausentismo y hasta el abandono escolar en educación básica. Los padres podrían señalar que adhieren al homeschooling para justificar la ausencia de sus hijos en la escuela. Hoy hasta podrían estar penalizados, pero si una ley habilita esto, ¿quién controlaría su escolarización obligatoria? En lugar de traer soluciones a las familias pobres, estarían generando un nuevo problema.

Con 6 de cada 10 chicos bajo la línea de pobreza, la escuela se ha convertido en una agencia social integral e indispensable para los alumnos y sus padres. En lugar de vapulearla quitándole entidad académica y recursos, lo único que se lograría con los años es tener grupos aislados que han sido privados de formar parte de la conversación social, la que correspondía a su etapa de crecimiento.

En sus contenidos, el flamante proyecto establece el “rol preferente de la familia, como agente natural y primario, que posee el derecho y deber de orientar la formación de sus hijos menores” pero también descalifica el rol del estado al hablar de su “subsidiariedad que actúa como garante del derecho a aprender y enseñar”, pero “sin sustituir la responsabilidad individual, familiar ni la iniciativa social”. Algo así señalaban aquellos legisladores e intelectuales conservadores a fines del siglo XIX que se oponían a la Ley 1420 y defendían, como otros países vecinos, dos circuitos educativos, uno para las elites en manos privadas y otro para los sectores postergados. Este último debía estar en manos de congregaciones religiosas con escaso compromiso y participación del estado. Por suerte se impuso el criterio de los verdaderos liberales, los positivistas, los que creyeron en la ciencia y en la educación pública y gratuita para todos dentro de un sistema educativo con igualdad de posibilidades. Más de un siglo después hay que mejorar ese cometido, adecuarlo y modernizarlo, pero buscar destruirlo o desviarlo será un error irreparable, porque como dijo José Ingenieros: “La escuela siempre será un puente entre el hogar y la sociedad”

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